Aprendió a llorarme las manos






 

Jan Saudek


Un hijo de mentira en el vientre. Los fantasmas que se aislaron en desamor quieren esconderse en mis huecos. No lo permito. Lo permito. Esta cosa, esta casa no es estar loca. La locura es la bella pérdida de la consciencia, pero yo, animalito perverso, sufro por hacerme sufrir de enfermedades bestiales. Lo terrible como un bebé construido, engendrándose y aturdiendo. El silencio no duele porque no existe. Aturde el silencio. Aturde el hijo amoroso, amado, que hay que cuidar como un amor sin leche que se va nublando, pero embellece este partirse mal conjugado. Temer, pero amar y partirse. Todo mal en este intervalo de vida – muerte que se traspone al cuerpo inútil. Un hijo de mentira. Un hijito fantasma. Un fantasmita. Buuu. Susto. La carne haciendo casas para guardar un nosotros con palabras inferiores. Una nada que aprendió a llorarme las manos cuando rezar no fue ni siquiera tanto.

*

La pausa padece preludios de tormentas, padece vientres destrozados al vacío. Noelia, me voy a escapar de la cárcel feroz y sólo van a encontrar las traducciones de Bukowski en la celda. No habrá fuga en la superficie del pánico. No habrá saqueos en las paredes por donde sumergir la carne desencantada.
No sabrán por dónde el desquicio, hasta que me encuentren en tu habitación olor a mar accidentado. Tendré las manos poseídas en látigo y cargaré al hijo de los versos canonizados hacia la cruz mascada de vigilia. Voy a clavarlo con ensañamiento en la madera que perturba el bosque. Le atravesaré molinos en las muñecas y los pies para que el delirio de tus dedos le gotee rojo por el cuerpo azotado en la demora. Y cuando implore el desvarío voy a estremecerle la sed con hiel de tus tetas.
Trinará la piel cuando lo corone con el filo erecto de escarbarse la pérdida. Entonces, vendrá el peregrinaje de cuervos por la belleza trémula, y como por sentencia, al tercer día el poema brotará emancipado de distancia.

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